Presentamos aquí una serie de grafmentos y reseñas de textos sobre Shakespeare escritos por diferentes autores.

Shakespeare, la invención de lo humano. "Al lector"

Por Harold Bloom

Antes de Shakespeare, el personaje literario cambia poco; se representa a las mujeres y a los hombres envejeciendo y muriendo, pero no cambiando porque su relación consigo mismos, más que con los dioses o con Dios, haya cambiado. En Shakespeare, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, ha logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico personajes principales y varios cientos de personales menores claramente distinguibles (...).

Los personajes de Shakespeare son papeles para actores, y son también mucho más que eso: su influencia en la vida ha sido casi tan enorme como su efecto en la literatura postshakespeareana. Ningún autor del mundo compite con Shakespeare en la creación aparente de la personalidad, y digo “aparente” aquí con cierta renuencia. Catalogar los mayores dones de Shakespeare es casi un absurdo: ¿dónde empezar, dónde terminar? Escribió la mejor prosa y la mejor poesía en inglés, o tal vez en cualquier lengua occidental. Esto es inseparable de su fuerza cognitiva; pensó de manera más abarcadora y original que ningún otro escritor. Es asombroso que un tercer logro supere a estos, y sin embargo comparto la tradición johnsoniana al alegar, casi cuatro siglos después de Shakespeare, que fue más allá de todo precedente (incluso de Chaucer) e inventó lo humano tal como seguimos conociéndolo. Una manera más conservadora de afirmar esto me parecería una lectura débil y equivocada de Shakespeare: podría argumentar que la originalidad de Shakespeare estuvo en la representación de la cognición, la personalidad, el carácter. Pero hay un elemento que rebosa de las comedias, un exceso más allá de la representación, que está más cerca de esa metáfora que llamamos “creación”. Los personajes dominantes de Shakespeare -Falstaff, Hamlet, Rosalinda, Yago, Lear, Macbeth, Cleopatra, entre ellos- son extraordinarios ejemplos no sólo de cómo el sentido comienza más que se repite, sino también de cómo vienen al ser nuevos modos de conciencia. Podemos resistirnos a reconocer hasta qué punto era literaria nuestra cultura, particularmente ahora que tantos de nuestros proveedores institucionales de literatura coinciden en proclamar alegremente su muerte. Un número sustancial de norteamericanos que creen adorar a Dios adoran en realidad a tres principales personajes literarios: el Yahweh del Escritor J (el más antiguo autor del Génesis, Éxodo, Números), el Jesús del Evangelio de Marcos, y el Alá del Corán. No sugiero que los sustituyamos por la adoración de Hamlet, pero Hamlet es el único rival secular de sus más grandes precursores en personalidad. Su efecto total sobre la cultura mundial es incalculable. Después de Jesús, Hamlet es la figura más citada en la conciencia occidental; nadie le reza, pero tampoco nadie lo rehúye mucho tiempo. (No se le puede reducir a un papel para un actor; tendríamos que empezar por hablar, de todos modos, de “papeles para actores”, puesto que hay más Hamlets que actores para interpretarlos.) Más que familiar y sin embargo siempre desconocido, el enigma de Hamlet es emblemático del enigma mayor del propio Shakespeare: una visión que lo es todo y no es nada, una persona que fue (según Borges) todos y ninguno, un arte tan infinito que nos contiene, y seguirá conteniendo a los que probablemente vendrán después de nosotros (...).

Hamlet, mentor de Freud, anda por ahí provocando que todos aquellos con quienes se encuentra se revelen a sí mismos, mientras que el príncipe (como Freud) esquiva a sus biógrafos. Lo que Hamlet ejerce sobre los personajes de su entorno es un epítome del efecto de las obras de Shakespeare sobre sus críticos. He luchado hasta el límite de mis capacidades por hablar de Shakespeare y no de mí, pero estoy seguro de que las obras han inundado mi conciencia, y de que las obras me leen a mí mejor de lo que yo las leo. Una vez escribí que Falstaff no aceptaría que nosotros le fastidiáramos, si se dignara representarnos. Eso se aplica también a los iguales de Falstaff, ya sean benignos como Rosalinda y Edgar, pavorosamente malignos como Yago y Edmundo, o claramente más allá de nosotros, como Hamlet, Macbeth y Cleopatra. Unos impulsos que no podemos dominar nos viven nuestra vida, y unas obras que no podemos resistir nos la leen. Tenemos que ejercitarnos y leer a Shakespeare tan tenazmente como podamos, sabiendo a la vez que sus obras nos leerán más enérgicamente aún. Nos leen definitivamente.

Shakespeare, la invención de lo humano. "El universalismo de Shakespeare" (fragmento)

Por Harold Bloom

De: Timber: or Discoveries; made upon men and matter, publicado en 1641.
Traducción: María Inés Martínez Asla
Shakespeare Criticism, London, O.U.P., 1965.

Yo recuerdo, los actores lo han mencionado a menudo como un honor para Shakespeare, que en su escritura (cuanto haya escrito) él nunca ha borrado una línea. Mi respuesta ha sido, ojalá hubiera borrado mil, lo que consideraron como un comentario malévolo. No le hubiera dicho esto a la posteridad si no fuera por su ignorancia, que elige esa circunstancia para alabar a su amigo, justamente por donde más falla. Y para justificar mi propia sinceridad (ya que yo amé al hombre y ciertamente honro su memoria, sin llegar a la Idolatría, tanto como cualquiera). Él fue verdaderamente honesto y de una naturaleza abierta y libre: tenía una excelente Fantasía, desafiantes nociones y elegantes expresiones, con las cuales rebosaba por tanta fluidez que a veces era necesario detenerlo: Sufflaminandus erat; como decía Augusto de Haterius. Su ingenio dependía de él; ojalá el gobierno del mismo lo hubiese estado también. Muchas de las veces que él cayó en esas cosas, no pudo escapar a la risa. Como cuando dijo en la persona de César, respondiendo a alguien que le reprochaba, César, tú me has hecho mal: César nunca hace mal sin una justa causa y cosas parecidas lo cual era ridículo. Pero él redimió sus vicios con sus virtudes. Había más cosas en él para ser alabadas que para ser perdonadas.

A la memoria de mi querido autor, el Señor William Shakespeare y lo que nos ha dejado

Por Ben Jonson

Publicado en el primer folio de las Obras Completas de Shakespeare (1623)
Traducción: María Inés Martínez Asla

Shakespeare, para no crear envidia en tu nombre,
¿soy yo generoso con tu libro y fama
cuando confieso que tus escritos son tales
que ni Hombre ni Musa pueden alabarte en exceso?
Es verdad, y todos los hombres lo aprueban. Pero estas
sendas
no eran los caminos a los que me refería en tu alabanza:
ya que el más inocente desconocimiento de estos puede
iluminar
a lo que si bien suena óptimo, sólo es un buen eco,
o emoción ciega que nunca promueve
la verdad, pero anda a tientas e impulsa todo por
casualidad;
o la astuta malicia podría simular este elogio
y tratar de destruir lo que parecía elevar.
Estos son, como algún infame Rufián o Prostituta,
que alaba a una Matrona. ¿Qué puede herirla más?
Pero tú eres a prueba de ellos, por cierto,
y estás por encima de su mala fortuna o su miseria.
¡Por lo tanto empezaré, alma de la época,
aplauso, deleite, maravilla de nuestro escenario!
Mi Shakespeare, levántate. Yo no te alojaré cerca
de Chaucer o Spencer o pediré a Beaumont ubicarse
un poco más allá para hacerte un lugar.
Tú eres un monumento sin sepultura
Y estarás vivo mientras tu libro perdure
y nosotros tengamos imaginación para leer y elogios para otorgar.
Mi intelecto se excusa de que yo no te asocie de esta manera:
Quiero decir con famosas pero desproporcionadas Musas:
ya que si yo pensara que mi juicio fuera de años
te colocaría seguramente con tus pares,
y diría cuánto has superado a nuestro Lyly en brillo
o al arriesgado Kyd o al poderoso verso de Marlowe.
Y a pesar de que tú has tenido poco Latín y menos Griego,
de allí yo no tomaría nombres para honrarte,
sino que llamaría a los tonantes Esquilo,
Eurípides y Sófocles,
Pacuvio, Accio, aquel de Córdoba muerto,
nuevamente a la vida para oír el caminar de tu coturno
y agitar el escenario. O cuando tus comedias eran
representadas
dejarte solo para la comparación
con todo lo que esa insolente Grecia o la arrogante Roma
enviaron, o que desde entonces vino de sus cenizas.
Triunfa, mi Bretaña, tú tienes algo para mostrar,
a quien todas las escenas de Europa deben homenaje.
Él no era de una época, sino de todos los tiempos.
Y todas las Musas todavía estaban en su albor
cuando como Apolo él vino desde allí para dar calor
a nuestros oídos, o como un Mercurio para cautivar.
La Naturaleza misma estaba orgullosa de sus designios
y se alegró de usar el adorno de sus líneas
que fueron ricamente hiladas y entretejidas tan
adecuadamente,
que desde entonces ella no avalaría ningún otro talento.
El festivo Griego, el mordaz Aristófanes,
el claro Terencio, el ingenioso Plauto, ahora no gustan
sino que yacen anticuados y abandonados
como si no fueran de la familia de la Naturaleza.
Sin embargo, no debo dar todo el crédito a la Naturaleza: tu arte,
mi gentil Shakespeare, debe disfrutar de una parte.
Pues aunque los Poetas importan y la Naturaleza es,
su Arte imprime la forma. Y aquel
que se lanza a escribir un verso vivo (como son los tuyos)
debe sudar y golpear al segundo calor
sobre el yunque de las Musas: volverse aquello
(y él mismo con esto) que quiere fraguar;
o si no como laurel él puede obtener desdén,
puesto que un buen Poeta se hace al igual que nace.
Y eso fuiste tú. Mira cómo el rostro del padre
vive en su prole, asimismo, la estirpe
de la mente de Shakespeare y de sus costumbres reluce
brillantemente
en sus versos bien torneados y limados
en cada uno de los cuales él parece agitar una Lanza,
como blandida a los ojos de la Ignorancia.
¡Dulce cisne de Avon! ¡Qué visión fuera
verte en nuestras aguas aún aparecer
y hacer esos vuelos sobre las orillas del Támesis
que tanto arrebataran a Eliza y nuestro James!
¡Pero quédate, yo te veo en el Hemisferio
honrado, y convertido allí en una Constelación!
Resplandece públicamente, tú Estrella de Poetas, y con ardor
influye, amonesta o revive al marchitado Escenario,
que, desde tu vuelo fuera de aquí, ha llevado luto como la noche
y desespera del día, a no ser por la luz de tus Volúmenes.

De Shakespeare Nostrati

Por Ben Jonson

De: Timber: or Discoveries; made upon men and matter, publicado en 1641.
Traducción: María Inés Martínez Asla
Shakespeare Criticism, London, O.U.P., 1965.

Yo recuerdo, los actores lo han mencionado a menudo como un honor para Shakespeare, que en su escritura (cuanto haya escrito) él nunca ha borrado una línea. Mi respuesta ha sido, ojalá hubiera borrado mil, lo que consideraron como un comentario malévolo. No le hubiera dicho esto a la posteridad si no fuera por su ignorancia, que elige esa circunstancia para alabar a su amigo, justamente por donde más falla. Y para justificar mi propia sinceridad (ya que yo amé al hombre y ciertamente honro su memoria, sin llegar a la Idolatría, tanto como cualquiera). Él fue verdaderamente honesto y de una naturaleza abierta y libre: tenía una excelente Fantasía, desafiantes nociones y elegantes expresiones, con las cuales rebosaba por tanta fluidez que a veces era necesario detenerlo: Sufflaminandus erat; como decía Augusto de Haterius. Su ingenio dependía de él; ojalá el gobierno del mismo lo hubiese estado también. Muchas de las veces que él cayó en esas cosas, no pudo escapar a la risa. Como cuando dijo en la persona de César, respondiendo a alguien que le reprochaba, César, tú me has hecho mal: César nunca hace mal sin una justa causa y cosas parecidas lo cual era ridículo. Pero él redimió sus vicios con sus virtudes. Había más cosas en él para ser alabadas que para ser perdonadas.