Los humanos: un instante en la historia de la vida. Herramientas para la comprensión del proceso de hominización

A simple vista, el tamaño del cerebro es uno de los rasgos más notables que nos diferencian de nuestros parientes los simios. Los chimpancés presentan una capacidad craneana promedio de 390 cm3 frente a los 1350 cm3 de los seres humanos modernos. El tamaño del cerebro y su desarrollo, también llamado encefalización, ha sido uno de los temas más investigados del proceso de hominización. Parte de su atractivo reside en que, desde el sentido común, la idea de un cerebro más grande y una mayor inteligencia se adapta a la concepción de progreso y a la inevitabilidad de la evolución humana. Como hemos discutido anteriormente la evolución no tiene dirección y al igual que cualquier otra característica biológica, de no mediar ciertas condiciones particulares, entre las que debemos contar una buena dosis de azar, es muy probable que este rasgo no se hubiera seleccionado ni perdurado a lo largo de generaciones. El aumento de la capacidad craneana, el desarrollo de ciertas áreas del cerebro y la mayor complejidad de las conexiones interneuronales han sido relacionadas con la aparición de las capacidades que nos definen como seres humanos: el lenguaje, la confección de herramientas, el pensamiento abstracto. ¿Bajo qué circunstancias se seleccionaron cerebros más grandes y más complejos? Para responder esta pregunta debemos revisar las condiciones bajo las cuales se desarrolló el género del cual formamos parte: el género Homo. Hace 2,5 millones de años se produjo un enfriamiento del clima más importante que los anteriores. Surgieron grandes masas de hielos en la Antártida y en el Ártico que produjeron climas más fríos y secos en el resto del planeta, incluyendo África oriental. Para muchas especies estos cambios ambientales significaron la extinción, mientras que para otras constituyeron nuevas “oportunidades evolutivas” a partir de la aparición de mutaciones y el desarrollo de nuevos comportamientos. Esta época de cambios y presiones selectivas llevó a que ciertas poblaciones aisladas de primates especializaran su dieta mientras que otras la ampliaran y la diversificaran. Por un lado, aparece la rama robusta de los australopitecos, que como hemos visto, desarrolló una serie de cambios anatómicos orientados al consumo de plantas de climas áridos y que termina extinguiéndose 1,5 millones de años más tarde. Por el otro, aparece en el escenario africano un nuevo género: Homo. Sus primeros representantes se caracterizaron por presentar significativas diferencias con los australopitecos. Entre las características y comportamientos novedosos que desembocaron en estos seres radicalmente diferentes pueden citarse: una importante reducción del dimorfismo sexual, el incremento de la masa cerebral, la incorporación efectiva de la carne a su dieta y la confección de herramientas. Cada uno de estos rasgos influyó en el desarrollo de los otros. Los investigadores Richard Leakey y Roger Lewin, en el libro “Nuestros orígenes” (1994) opinan que la retroalimentación entre los factores antes mencionados significaron una ventaja adaptativa para este nuevo género. La incorporación de la carne como un componente sustancial y regular de la dieta se asocia a un aumento de alrededor del 50% de la capacidad craneal. Esto no es casual ya que el cerebro es un órgano caro de mantener, consume casi el 20% de la energía total del organismo. Su desarrollo requiere la ingestión de alimentos con una alta concentración de grasas, calorías y proteínas, tal como la carne. ¿Por qué se seleccionó el desarrollo de un órgano tan caro de mantener? Principalmente, porque el cerebro permite, entre otras cosas, comportamientos más complejos, los cuales habrían facilitado la supervivencia en el entorno ambiental sumamente cambiante en el que vivieron estos homínidos. Una de las evidencias del incremento de las capacidades mentales es la habilidad para confeccionar herramientas de piedra que implica recordar la forma de elaborar los instrumentos y relacionarlos con las tareas para las cuales fueron confeccionados. El uso de herramientas facilitó a los primeros Homo el cambio dietético. Estas permitieron rasgar la piel para llegar a la carne y romper los huesos para acceder a la grasa ósea que contienen. Las evidencias sugieren que la carne era obtenida a partir del carroñeo de animales cazados por grandes carnívoros y no a través de la caza directa. ¿Qué evidencias materiales sustentan la hipótesis que relaciona nuevas especies, cerebros más grandes, el consumo de carne y la confección de herramientas? Nuevamente, el escenario es el sur y el este de África, donde fueron hallados los restos fósiles de las formas más primitivas del género Homo: el Homo habilis, el Homo rudolfensis y el Homo ergaster. Las dos primeras especies vivieron entre 2,5 y 1,6 millones de años atrás y la tercera entre 1,8 y 1,4 millones de años. Posiblemente de esta última especie, hace 1,8 millones de años, se haya originado el H. erectus, el primero de nuestros antepasados que emigró del continente africano. Estos cuatro ancestros se caracterizaron por una capacidad craneal que a menudo superó los 700 cm3 y por tener mandíbulas y dientes más pequeños y un rostro menos protuberante que los Australopithecus. Se cree que las especies más primitivas de Homo (H. habilis, H. rudolfensis y H. ergaster) fueron las responsables de la fabricación de las herramientas más antiguas que se conocen: fragmentos de roca usados como martillos y lascas delgadas y afiladas utilizadas como cuchillos. El registro arqueológico de tal antigüedad es muy escaso y se limita a uno o dos lugares en el este de África. Los más conocidos están ubicados en la costa del lago Turkana, en Etiopía y en la Garganta de Olduvai, Kenia. El primero se remonta a 2,5 millones de años mientras que el segundo data de hace 1,5 millón de años. En el yacimiento arqueológico de Konso-Gardula, en Etiopía, pueden verse los cambios que experimentó esta tecnología primitiva entre 1,4 y 1,7 millones de años atrás. Las herramientas más antiguas resultan ser trozos de rocas de las cuales se desprendieron un par de lascas para crear un borde cortante, mientras que las más modernas son las llamadas hachas de mano, instrumentos que se supone cumplieron múltiples funciones como cortar, machacar y golpear. Estas herramientas eran mucho más elaboradas y evidencian una mayor inversión de energía y tiempo en su confección. Estos nuevos instrumentos han sido asociados a el H. erectus y se supone que fueron uno de los elementos que posibilitó la dispersión de estos homínidos fuera de África.

Acosta, Alejandro; Carballido, Mariana y Fernández, Pablo. “Los humanos: Un instante en la historia de la vida.
Herramientas para la comprensión del proceso de hominización”. Buenos Aires, Caligraf, 2001.