Carta del profesor Warren Ambrose al editor del periódico estadounidense New York Times
Buenos Aires, Argentina, 30 de julio de 1966
Estimados señores:
Quisiera
describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de
Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y pedir que los
lectores interesados envíen telegramas de protesta al presidente
Onganía.
Ayer el Gobierno emitió una ley suprimiendo
la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola (por
primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. El
Gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las
universidades y decidió que de ahora en adelante la Universidad estaría
controlada por los Decanos y el Rector, que funcionarían a las órdenes
del Ministerio de Educación. A los Decanos y al Rector se les dio 48
horas de plazo para aceptar esto. Pero los Decanos y el Rector
emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión
de la autonomía universitaria.
Anoche a las 22, el
Decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo
de fama que ha sido profesor de la Universidad de California en Los
Ángeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo, de la Facultad
de Ciencias (compuesto de profesores, graduados y estudiantes, con
mayoría de profesores) e invitó a algunos otros profesores (entre los
que me incluyo), a asistir al mismo. El objetivo de la reunión era
informar a los presentes sobre la decisión tomada por el Rector y los
Decanos, y proponer una ratificación de la misma. Dicha ratificación
fue aprobada por 14 votos a favor, con una abstención (proveniente de
un representante estudiantil).
Luego de la votación,
hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de
Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto.
La policía llegó y sin ninguna formalidad exigió la evacuación total
del edificio, anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20
minutos (las puertas de la Facultad habían sido cerradas como símbolo
de resistencia –aparte de esta medida no hubo resistencia). En el
interior del edificio la gente (entre quienes me encontraba) permaneció
inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de 300, de los cuales 20
eran profesores y el resto estudiantes y docentes auxiliares. (Es común
allí que esa hora de la noche haya mucha gente en la Facultad porque
hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para expresar
su solidaridad con la Universidad).
Entonces entró la
policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo
primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases
lacrimógenos. Al poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos
de los gases. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos,
pasar a una de las aulas grandes, donde nos hizo permanecer de pie, con
los brazos en alto, contra una pared. El procedimiento para que
hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos. Los golpes se
distribuían al azar y yo vi golpear intencionalmente a una mujer –todo
esto sin ninguna provocación. Estoy completamente seguro de que ninguno
de nosotros estaba armado, nadie ofreció resistencia y todo el mundo
(entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor
intención de resistir. Estábamos todos de pie contra la pared rodeados
por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente
estimulados por lo que estaban haciendo –se diría que estaban
emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros–).
Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron
hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble
fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que
nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente
en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron
incluso a suficiente distancia uno de otro de modo que cada soldado
pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados
pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los
demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieron
alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres,
profesores distinguidos, el Decano y Vicedecano de la Facultad,
auxiliares docentes y estudiantes. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los
golpes recibidos pero otros, menos afortunados que yo, han sido
seriamente lastimados. El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo
Radioobservatorio de La Plata, recibió serias heridas en la cabeza, un
ex secretario de la Facultad (Simón) de 70 años de edad fue gravemente
lastimado, como asimismo Félix González Bonorino, el geólogo más
eminente del país.
Después de esto, fuimos llevados a
la comisaría seccional en camiones, donde nos retuvieron un cierto
tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en libertad sin
ninguna explicación. Según mi conocimiento, los estudiantes siguen
presos. A mí me pusieron en libertad alrededor de las 3 de la mañana,
de modo que estuve con la policía alrededor de cuatro horas.
No
tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este
comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio para mí
incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que
han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a
la de las universidades norteamericanas. Esta conducta del Gobierno, a
mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas
razones entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los
mejores profesores se van a ir del país.
Atentamente
Ambrose,
Warren. Profesor de Matemáticas en el Massachussetts Institute of
Technology y en la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Publicada en la sección carta de lectores de “The New York Times”, el 3 de agosto de 1966.