Enrique Santos Discépolo: a conciencia pura
“Raúl
Apold es quien lo convoca para participar en un programa cuya chatura
es clara muestra de la mediocridad de las burocracias oficialistas.
Discépolo, a pesar de la desconfianza que tiene en una tarea que se
presume tan directamente política, no encuentra en la soledad de su
conciencia elementos que le impidan aceptar. […] Acepta por fin, y su
voz y su pensamiento llegarán a todo el país a partir de la noche del
11 de julio de 1951 […] Mordisquito, que así llamó al abstracto
destinatario del monólogo, escucha con bronca las cataratas de
argumentos que la pasión de Discépolo hace brotar cada noche: ‘Cuando
las colas se formaban no para tomar un ómnibus o comprar un pollo o
depositar en la caja de ahorro, como ahora, sino para pedir
angustiosamente un pedazo de carne en aquella vergonzante olla popular,
o un empleo en una agencia de colocaciones que nunca lo daba, entonces
vos veías pasar el desfile de los desesperados y no te movía ni un
pelo’. […]
Discépolo, entonces, arremete con
ejemplos: ‘Había gente que, así como unos hacen tangos, pañoletas o
mandados… ellos hacían pobres. ¡Fabricaban pobres!... Y los pobres se
te aparecían en los atrios de las iglesias, en las escaleras de los
subtes, en la puerta de tu propia casa […] Acordate cuando volvías a tu
casa, de madrugada, y descubrías en los umbrales, amontonados contra sí
mismos […] a los pordioseros de tu Buenos Aires. Ahora la exclusividad
de los umbrales han vuelto a tenerla los novios’.
Los
beneficios materiales a los que ha accedido la sociedad no son, de
todas formas, el único punto del ‘debate’ radiofónico. La cuestión –y a
Discépolo no se le escapa– es más profunda. ‘La inmensa mayoría
disfruta de una preciosa alegría… ¡y vos estás triste! […] Vos sos
dueño de administrar tu júbilo o tu pesimismo. ¡Pero no es justo que
estés disgustado por la alegría de los demás!’ […].
Con
el correr de las noches, si bien se multiplica el éxito con los que
comparten su pensamiento, cada vez más se alza una valla insalvable con
otro sector de la población.
[…] Las cartas anónimas,
los insultos por teléfono o la devolución de sus discos rotos eran la
respuesta de antiguos admiradores cuya capacidad de disentir en
concordia era más que limitada. […] Como lo describió Galasso: ‘La
frialdad y el silencio dominan ya aquellos lugares donde Enrique
aparece habitualmente. Conocidos que cruzan a la otra vereda para no
toparse con él, rostros que se dan vuelta a su paso, miradas esquivas,
saludos glaciales, palabras secas y hoscas: un círculo rencoroso va
encerrando al poeta’.”
Hernández, Pablo J. Compañeros. Perfiles de la militancia peronista. Editorial Biblos. Buenos Aires, 1999.