La tarea del EAAF
Desde sus orígenes en 1984, el EAAF empezó a trabajar con una base
de datos propia sobre los desaparecidos durante la última dictadura. La
base de datos en este momento suma unas diez mil personas identificadas
por nombre y apellido, sobre 300, de las cuales lograron restituir los
restos. Fuera de los números, durante estos años, el
listado del EAAF cumplió una misión simbólica y política a la vez:
reemplazó entre los antropólogos la idea de «los desaparecidos» por la
idea de víctimas efectivamente muertas. «Nosotros nos decidimos a buscar
muertas a esas personas –explica Fondebrider–, aunque la decisión de
buscarlas muertas nunca estuvo muy clara en Argentina». A su criterio,
ese problema se originó en los 80, cuando nadie hablaba de las muertes
porque aún había expectativas de sobrevida. «Pero si las personas no
están vivas –insiste–, están muertas, no existe el limbo: en algún lado
están.» La apuesta finalmente dio sus frutos. En los últimos años de
trabajo los antropólogos concentraron sus excavaciones en los
cementerios o enterramientos públicos de distintos lugares del país. En
esos lugares –y no en el limbo– encontraron todos los cuerpos
identificados hasta ahora. El volumen más importante
apareció en el cementerio San Vicente de Córdoba y en el de Avellaneda.
De allí surgió la mayor parte de los 600 restos óseos que aún están bajo
análisis. En Avellaneda, el Equipo extrajo entre 1988 y 1992 del
denominado sector 134 un total de 336 esqueletos; 59 eran de mujeres,
entre las cuales se encontraron los restos de la riojana María Cristina
Lanzillotto, cuyo cuerpo se restituyó el último 11 de abril. Fuera de
esos dos lugares, el EAAF abrió fosas y está trabajando en los
cementerios de Lomas de Zamora, Ezpeleta, Berazategui, San Martín, La
Plata y el Pozo de Vargas de Tucumán, Jujuy, en cercanías del centro de
detención clandestino La Calanita de Santa Fe, en Salta, Chaco y Paraná.
La suma de hallazgos de un lugar a otro consolidó la hipótesis de
partida y les permitió generar algunas interpretaciones sobre el uso de
los cementerios en el caso de los desaparecidos argentinos […] En
Argentina, al parecer, la represión buscó a las personas en particular,
tal vez eso explique el enterramiento caso por caso. Fuera
de los cementerios, el EAAF también hizo excavaciones a partir de
declaraciones de testigos indirectos o por una orden judicial. Pero esas
búsquedas nunca dieron resultados. Por lo menos hasta el presente las
únicas restituciones surgieron de cementerios clásicos. Una
hipótesis de trabajo distinta los condujo a buscar a aquellas víctimas
de la represión que fueron arrojadas al mar o a los cauces de los ríos
durante la dictadura. Esa gente, dice el antropólogo, «llegaba de los
centros clandestinos de detención que tenían una mayor facilidad para
acceder a recursos aéreos, como sucedió con la Esma o Campo de Mayo».
Según Fondebrider, aún no hay datos certeros sobre las víctimas
desaparecidas en esas condiciones. Lo que sabe, en cambio, es que hasta
el momento aparecieron entre 50 y 60 cuerpos en las costas uruguayas y
argentinas. El destino de esos cuerpos no fue idéntico.
Aunque muchos fueron enterrados en cementerios cercanos a las costas,
sólo algunos lograron ser identificados, como sucedió el año pasado con
Azucena Villaflor. Otros terminaron incinerados en osarios generales,
incluso luego de 1983. Como hasta entonces no existían políticas
públicas para preservarlos, lo que se recuperó dependió de la decisión
de algún funcionario judicial o de un intendente que ordenó exhumaciones
voluntariosas pero poco efectivas: muchas veces quedaron en manos de
sepultureros sin conocimiento científico. Por esa razón muchos cuerpos
se perdieron: «Se exhumaron mal o se quemaron –agrega Fondebrider–.
Obviamente, por esas circunstancias es que en 22 años encontramos
solamente 300 cuerpos».