A lo largo del siglo XIX, pero sobre todo a partir de la segunda mitad de esa centuria, coincidieron una serie de procesos que, relacionados entre sí, contribuyeron a definir las características dominantes de la historiografía académica hasta, al menos, mediados del siglo XX. Tales procesos, que con algunas diferencias temporales y especificidades nacionales se desarrollaron tanto en Europa como en América, estuvieron vinculados a la conformación del Estado-nación, la construcción de identidades nacionales y la profesionalización de la disciplina histórica.

La conformación de Estados nacionales que sustituyeron a las comunidades políticas articuladas en torno a un principio de legitimidad real, interpelaba a grupos sociales diversos en su nueva condición de ciudadanos, esto es, miembros de una misma comunidad política integrada por el concepto de nación. Así, se podía invocar a una nación alemana, francesa, italiana o argentina, que sustituía identidades previas agrupadas en torno a principios territoriales (lo local, regional o provincial), sociales, religiosos o étnicos, entre otros.

Por ejemplo, en el caso de la Argentina la frase con la que inicia el Preámbulo de la Constitución Nacional: "Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina...", transforma a los constituyentes en representantes de la nación y no de las provincias por las que habían sido elegidos.

Sin embargo, tal invocación no supone pensar que los habitantes de esos nuevos Estados se transformaron inmediatamente en franceses, alemanes, italianos o argentinos. Dichas identidades serían resultado de otros procesos, más lentos y complejos, destinados a la construcción de lo que Benedict Anderson denominó "comunidades imaginadas"1. Las naciones incluyen a individuos que difícilmente conocerán a quienes consideran sus compatriotas y menos aún a aquellos compatriotas que murieron mucho antes de que ellos nacieran. Sin embargo, dice Anderson: "en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión".

Responder a la pregunta sobre cómo se elaboró esa idea de comunión, es uno de los temas que interesaron a los historiadores en los últimos años. Uno de los esfuerzos más notables en esta dirección lo representa la fórmula que eligió Eugène Weber para describir la transición de los sectores populares en Francia de "campesinos a franceses"2. Los distintos Estados operaron de diversas formas sobre la sociedad para construir identidades nacionales, incluyendo la "invención de tradiciones" que dieran cuenta de la existencia de las mismas tanto en el presente como en el pasado3. Al mismo tiempo que se constituía en una cuestión central la difusión social de dichas tradiciones cuyo objetivo era promover un sentimiento de nacionalidad que reemplazara o desplazara identidades previamente constituidas, a través de la escuela, la prensa y la incorporación al ejército, que interpelaba a los ciudadanos como patriotas4.

Por su parte, los historiadores cumplieron un rol central tanto en lo que se refiere a la elaboración de relatos que dieran cuenta de la preexistencia de los Estados nacionales en el pasado como en lo relativo a la difusión de la historia entre los ciudadanos. Por lo tanto, contribuyeron a la gobernabilidad integrando a los individuos sobre la base de un sentimiento de pertenencia y legitimando el orden político vigente y la supremacía del Estado.

Para que los historiadores pudiesen realizar esta tarea en calidad de expertos, fue preciso diferenciar la historia de otros relatos sobre el pasado, especialmente de la literatura y la filosofía. Es decir, de relatos que por apelar a la ficcionalización del pasado o por su trascendencia respecto de los hechos no contribuyeran a organizar el pasado en torno a un principio de verdad o no dieran cuenta de la especificidad nacional. Así se inició un proceso de profesionalización de la disciplina histórica que implicó su institucionalización y la atribución de un status científico a través de un método que se correspondía con los cánones de cientificidad propios de las ciencias fisiconaturales, para entonces consideradas las ciencias por excelencia, según las convicciones difundidas por el positivismo.

El rol del Estado fue central en tanto proveyó los recursos materiales y simbólicos para que la tarea de los historiadores fuera llevada a cabo.

En primer lugar, la organización de los archivos y bibliotecas permitió a los historiadores acceder a una documentación que se constituía en fuente indispensable para la investigación. De ese modo, los papeles en manos privadas pasaron al ámbito público y pudieron ser consultados en salas de lectura habilitadas para ese fin.
En segundo lugar, las universidades sirvieron de base institucional y fuente de legitimidad a los historiadores, además de un medio para vivir del ejercicio de la profesión. Por otra parte, en ellas se formó el personal que se dedicaría tanto a la investigación como a la difusión de la historia en los diversos niveles de enseñanza y entre públicos más amplios a través de la publicación de libros y manuales.
En tercer lugar, el Estado procuró los recursos para la edición de fuentes que recogían la documentación disponible para diversos períodos históricos, realizando previamente un análisis crítico de las fuentes y su catalogación. El modelo de estas publicaciones fue la Monumentae Germaniae historicae. En esa misma línea, Boeckh realizó para la Academia de Berlín la publicación de las inscripciones de la Grecia antigua; Mommsen el Corpus Inscriptionum Latinarum; la Academia de Ciencias de Viena el Corpus de los escritores eclesiásticos; en España la Academia de la Historia de Madrid editó el Memorial histórico español y la Colección de documentos inéditos; en Inglaterra se publicaron los Calendars of state papers y, en Francia, el Comité de Trabajos Históricos(1834) inició la publicación de los Documentos Inéditos de la Historia de Francia5.

En este medio, comenzó a desmontarse un terreno y a trazarse una frontera frente a otros discursos sobre el pasado, en la que el manejo del método, la objetividad y un estilo de escritura se transformaron en criterios de autoridad para comenzar a definir las líneas de un espacio propio: el de los historiadores profesionales6.

1Anderson, B., Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo, México, FCE, 1993 [1ra. ed. 1983]

2Ver Weber, E., Peasants into frechmen: The Modernization of Rural France, 1870-1914, Stanford, Stanford University Press, 1976.

3Hobsbawm, E. y T. Ranger, The invention of Tradition, Cambridge/New York, Cambridge University Press, 1982.

4Sobre el rol de la escuela en estos procesos ver el clásico estudio de Vilar, P., "Enseñanza primaria y cultura popular en Francia durante la tercera república" [1966], en L. Bergeron (ed.), Niveles de cultura y grupos sociales, México, siglo XXI, pp. 274-284.

5Carbonell, Charles-Olivier, La historiografía, México, FCE, 1986, pp. 115-116. [1ra ed. 1981]

6Freidson, Elliot, Professional powers: A study of Institucionalization of formal knowledge, University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1986.