El fundamento de los modelos macrosociales fue cuestionado asimismo desde otra formulación conocida como paradigma indiciario, definido a partir de un artículo aparecido en 1979 que contó con una amplia repercusión: se trataba de "Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales", del historiador italiano Carlo Ginzburg (en Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios. Morfología e Historia, Barcelona, Gedisa, 1989)

En ese artículo, el autor analizaba el funcionamiento de un método de conocimiento de la realidad utilizado desde los albores de los tiempos, que no necesitaba apelar a la construcción de leyes, generalizaciones o regularidades; a ese método lo llama "paradigma indiciario". Empleado desde épocas remotas por los cazadores primitivos y difundido XIX entre intelectuales de distintas procedencias como Sigmund Freud (fundador del psicoanálisis), Arthur Conan Doyle (creador del detective Sherlok Holmes) y G. Morelli (crítico de arte), el paradigma de los indicios propone un conocimiento basado en la recopilación de huellas, rastros o síntomas. El diseño de Ginzburg supone que la historia es la disciplina de lo concreto, lo irrepetible, lo singular y lo cualitativo; supone además que nuestro conocimiento de la realidad es indirecto, mediado y fragmentario. Es evidente que esta concepción se opone a la pretensión de un conocimiento sistemático y cuantitativo, basado en la abstracción, la generalización y la definición de leyes, tal como lo proponían los esquemas macrosociales.

El interés por lo particular, por el sujeto individual y por su percepción del mundo también fue defendidao a fines de 1979 por el historiador británico Lawrence Stone, quien señaló que el agotamiento de los grandes paradigmas científicos "el marxista, el de Annales y el cuantitativista" daba paso a la aparición de una nueva historia signada por el retorno a las tradicionales formas narrativas como modo de representación de la realidad. Stone propiciaba una historia atenta a los diversos aspectos de la acción y conciencia humanas, no limitada a modelos abstractos y estructurales sino ocupada por las dimensiones culturales particulares.1

Para la nueva historiografía, la narración adquiere un nuevo estatuto de vital importancia: no se trata sólo de una formalidad, sino que expresa profundas opciones de carácter epistemológico. En efecto, si nuestro conocimiento del mundo está mediado por el lenguaje, entonces ese conocimiento ya no se presenta como una forma de copiar o representar literalmente una realidad objetiva que estaría desligada del conocedor. Frente a la pretensión objetivista de los modelos macrosociales, el nuevo sentido subjetivista sostiene que los seres humanos damos sentido a lo que experimentamos sólo a través de la reestructuración de la experiencia en una trama narrativa que posee todas las características de una historia de ficción, sin que esto vaya en detrimento de la naturaleza científica de la disciplina histórica.2

Un tipo particular de narración sobre la sociedad es la utilizada por la antropología simbólica o interpretativa. Uno de sus principales representantes, Clifford Geertz, expuso algunas de sus principales rasgos en un libro ya clásico, La interpretación de las culturas (1973). En él, definía a la cultura como un sistema semiótico, una trama de significaciones en la que vive el hombre. La antropología se convertía entonces en una disciplina interpretativa que buscaba revelar esa trama de significaciones, en lugar de una ciencia experimental supuestamente orientada a formular regularidades o leyes.

1Lawrence Stone, "The revival of the narrative: Reflections on a New Old History", en Past and Present, Londres, 1979. (http://past.oxfordjournals.org)

2Paul Ricoeur, Tiempo y Narración, Madrid, Editorial Cristiandad, 1987 (original, 1984).