La pragmática es un campo vasto, que atraviesa distintas disciplinas, y cuyo estatuto y alcance en la lingüística sigue estando en debate; algunos autores como Jef Verschueren (1995) opinan que más que un componente de una teoría lingüística, se trata más bien de una perspectiva sobre el lenguaje; por otro lado, cabe aclarar que la pragmática es definida de manera bastante más estrecha en los países angloparlantes que en el continente europeo.
En cuanto a sus orígenes, es importante destacar que la pragmática se consideraba una parte de una tríada, en el marco de una teoría de los signos (semiótica): en efecto, para el filósofo norteamericano Charles Morris (1994), la pragmática es el estudio de los signos (y sistemas de signos) en relación con sus usuarios; mientras que la semántica es el estudio de los signos en relación con sus designata (aquello a lo que refieren), y la sintaxis concierne al estudio de las relaciones entre los signos.
La pragmática se originó en distintas tradiciones pero fundamentalmente en la filosofía, disciplina que indudablemente le proveyó las ideas más fértiles. Siguiendo la línea del programa de Wittgenstein, que vinculó decididamente el significado con el uso, la filosofía del lenguaje produjo las dos teorías principales que subyacen a la pragmática actual, pero que, de una manera u otra, siguen siendo discutidas, a partir de la necesidad surgida en el seno de la disciplina de investigar el lenguaje en contextos naturales —en el «discurso situado»—:
Ambas teorías hicieron posible la consolidación del campo de la pragmática lingüística, consolidación que se ve reflejada en dos volúmenes clásicos: el libro publicado por Bar-Hillel, Pragmática de las lenguas naturales (1971), y el de Davidson y Harman, Semántica de las lenguas naturales (1972). En estos libros fundacionales dominan las contribuciones de filósofos, pero es marcada la presencia de varios lingüistas, como Charles Fillmore, Geoffrey Lakoff, John Ross y John McCawley, vinculados en distinto grado con el movimiento de la semántica generativa, disidente de la gramática generativa.
La pragmática es un territorio muy amplio para la lingüística, como veremos más adelante, aunque en los primeros años de su inclusión en la disciplina se limitó al significado del hablante —los actos ilocutivos directos e indirectos, a las expresiones deícticas (yo, vos, aquí, ahí, ahora, etc.), objeto del clásico trabajo de Charles Fillmore (1997)—, y a explicar la recuperación de información implícita por el hablante.
Así, para los semánticos generativos, la semántica es el nivel más profundo de la sintaxis y, por lo tanto, forma parte del corazón de la gramática: esto los llevó a incluir aspectos pragmáticos en la semántica y, por extensión, en la sintaxis. La hipótesis performativa, desarrollada por Ross (1970), que intenta incluir la pragmática en la descripción gramatical, ubica la fuerza ilocutiva —el componente pragmático— en la sintaxis profunda: postula que en la sintaxis profunda o en la estructura semántica de toda oración existe una cláusula (que la domina), en la cual el sujeto representa al hablante, el verbo es un performativo y el objeto indirecto señala al oyente; el objeto directo corresponde a la oración misma, tal cual se manifiesta en la escritura o en la oralidad (así, una oración como El trabajo está entregado en realidad corresponde a Yo te digo que el trabajo está entregado; a ¿Cuándo nos vamos? subyace la oración completa Yo te pregunto cuándo nos vamos, etc.).
La forma de la oración superficial se explica mediante la aplicación de una regla de transformación que borra la cláusula performativa; sin embargo, es clara la debilidad descriptiva de tal posición, por ejemplo, en casos de oraciones con performativos explícitos. Está hipótesis fue rebatida por distintos estudiosos, entre ellos John Searle, cuya empresa había sido justamente la contraria: incorporar la semántica en la pragmática. Así se distinguen dos posiciones opuestas: el «pragmatismo» (que pretende incorporar la pragmática en la semántica, y, por ende, en la sintaxis), y el «semanticismo» (la posición de Searle).
Ambas posiciones —por distintas razones— niegan que pueda haber una división del trabajo entre semántica y pragmática; la tercera posición llamada complementarismo, dominante luego del declive de la semántica generativa, sostiene que tal división del trabajo es necesaria y considera que semántica y pragmática son dominios de investigación distinguibles pero estrechamente relacionados.
Los tópicos de la presuposición, tradicional en la filosofía del lenguaje (por ejemplo, Strawson, 1952), y los actos de habla indirectos (los casos en que un acto ilocucionario es realizado indirectamente a través de otro) son temas centrales de la investigación en pragmática lingüística a lo largo de los años ochenta, en el marco de la búsqueda de explicaciones pragmáticas para el estudio del significado.
La pregunta acerca de cómo los hablantes interpretan el carácter indirecto de los enunciados se respondió mediante distintos argumentos: nuevamente, se postuló que la fuerza ilocutiva estaba en la sintaxis profunda o, en la posición más aceptada, se propuso distinguir entre el sentido de la expresión —la interpretación semántica— y su fuerza ilocutiva (así, en: «¿me pasás la sal?», el hablante interpreta la pregunta, pero decodifica también su fuerza ilocutiva, el acto directivo).
En los tardíos ochenta, la tendencia general en lingüística de trabajar con ejemplos naturales y extensos confrontó a los investigadores con el problema de la indeterminación del significado del hablante: en efecto una expresión simple como «¿es el timbre?» puede ser interpretada de manera literal («pregunto si esto es el timbre») o como un acto de habla directivo, como una sugerencia de que el interlocutor vaya a abrir la puerta. Levinson (1983) señaló certeramente los dos problemas centrales, posiblemente insuperables, de la teoría pragmática: la imposibilidad de asignar una fuerza ilocutiva única a una expresión y la necesidad de que la asignación sea siempre post hoc.
La indeterminación pragmática, lejos de ser la excepción, parece ser la norma: para la mayoría de los actos ilocucionarios no es posible sostener que existan criterios lingüísticos formales que permitan distinguir con nitidez el tipo de acto de habla (si bien el conocimiento de las relaciones sociales y de datos contextuales y paralingüísticos es una ayuda fundamental). Según Geoffrey Leech y Jenny Thomas (1990, p. 196), hoy en día muchos pragmatistas consideran que «la teoría de los actos de habla es un modo taquigráfico de discutir el significado del hablante, un recurso de abstracción útil, cuya terminología por eso perdura».
Por otra parte, la indeterminación del significado pragmático ocurre en el nivel del discurso, por lo que es crucial considerar el contexto lingüístico, dado que la asignación de fuerza pragmática depende crucialmente de las expresiones que le preceden. Los intentos de aplicar la teoría pragmática a fragmentos de discurso natural llevaron también a una revisión del modelo de conversación de Grice y del estatuto de las máximas comunicativas: a partir de reflexiones de distintos estudiosos que reivindicaron la supremacía de la máxima de relación (relevancia), en el convencimiento incluso de que, dada su fuerza explicativa, debía reemplazar al principio de cooperación, surgió la teoría de la relevancia, elaborada por Dan Sperber y Deirdre Wilson (1994). Esta es una teoría cognitiva de la comunicación que otorga prominencia a la perspectiva psicológica en la comunicación.
Los trabajos sobre la cortesía son un ejemplo de tópico que puso en contacto a la pragmática con temáticas de otros campos, como la sociología y la antropología social, y, por lo tanto, hizo que fuera necesario ampliar el conjunto de factores a tomar en cuenta en el análisis pragmático (Brown y Levinson, 1987; Leech, 1983). Los resultados de la investigación sobre cortesía se han aplicado —a veces, con cierta ligereza— a trabajos sobre comunicación intercultural y a la adquisición de competencia pragmática de segundas lenguas.
Otra línea de reflexión actual es la investigación en metapragmática, el estudio de la competencia más o menos consciente sobre el uso del lenguaje y su manifestación en el discurso (el discurso referido, los marcadores metadiscursivos, la ironía, etc.).
La pragmática de tradición europea se ha alejado de la aplicación de modelos relativamente rígidos que pueden llevar a la distorsión de los datos y prefiere sistemas dinámicos de interpretación de expresiones, que toman en cuenta las metas de los hablantes y asignan a las expresiones no un significado único, sino lo que se denomina un potencial de significado. En esta tradición, hay cruzamientos y préstamos mutuos con el análisis de la conversación, el análisis del discurso, los estudios de la sociolingüística, etc.
El índice del Handbook of Pragmatics (Jef Verschueren, 1995, disponible en la web), revela con nitidez la condición transdisciplinar de la pragmática dominante en la actualidad: se encuentran allí tópicos de la sociolingüística, la filosofía del lenguaje, el análisis del discurso, la lingüística del texto, etc. Un panorama general y claro de la pragmática se encuentra en Geoffrey Leech y Jenny Thomas (1990), y en el artículo de Jef Verschueren (1995) que abre el Handbook citado. Contamos en español con buenas introducciones generales, como las de Julio Calvo Pérez (1994), Graciela Reyes (1990; 1995) y María Victoria Escandell (2006; 2005), y con obras didácticas, como las de Graciela Reyes (1998) y Salvador Gutiérrez Ordóñez (1997a, 1997b, 2000a y b).
Algunos textos clásicos no han sido traducidos al español, como los de Geoffrey Leech (1983) y Brown y Levinson (1987); sí, en cambio, hay traducciones al español de Brigitte Schlieben-Lange (1987) y Stephen Levinson (1983) y también de desarrollos más actuales (Dan Sperber y Deirdre Wilson 1994). Algunas obras de interés sobre temas de gramática y pragmática del español son: H. Haverkate (1979; 2002); R. Márquez-Reiter y M. E. Placencia (Eds.) (2004); Antonio Briz (1998), Benjamins Online Resources (2002). Sobre teoría de la relevancia, entre otros, son recomendables los trabajos de Benjamins Online Resources (1987; 2002) y el libro editado por Villi Rouchota y Andreas Jucker (1998); desarrollos teóricos de esta teoría sobre la base de temas del español se encuentran en María Victoria Escandell y Manuel Leonetti (2004).
Acerca de los temas de metapragmática es aconsejable el volumen de John Lucy (1993), que reúne trabajos de referencia. Sobre cortesía puede consultarse a H. Haverkate (1994); Diana Bravo y Antonio Briz (2004), Susana Gallardo (2004) y Diana Bravo (2005) y, entre muchos otros sitios, la página web del grupo Edice, que contiene información completa y actualizada sobre grupos y eventos vinculados con el estudio de la cortesía en español.
El congreso internacional más importante es el que organiza la International Association of Pragmatics (IPRA), con una periodicidad bianual; la asociación edita además la revista Pragmatics. Otras publicaciones periódicas de referencia son el Journal of Pragmatics y Pragmatics and Cognition.
En Latinoamérica, los resultados sobre investigaciones del campo de la pragmática se dan a conocer en los congresos generales que organizan las sociedades científicas como ALED (Asociación Latinoamericana de Análisis del Discurso), ALFAL (Asociación de Lingüística y Filología de América Latina); en el ámbito local, deben mencionarse los congresos de la SAL (Sociedad Argentina de Lingüística), ALED de Argentina y los coloquios de la IADA argentina (International Association for Dialogue Analysis), además de distintas jornadas y encuentros de investigadores.
La teoría elaborada por Grice tuvo por propósito dilucidar el problema acerca de cómo el significado en el discurso ordinario de las personas difiere del significado en el sentido condicional veritativo, es decir, en tanto objeto susceptible de valorarse en términos de verdad o falsedad, tal como hasta entonces lo había tratado la filosofía del lenguaje. Así propuso una concepción del significado basada en el concepto de acción, definido como el efecto que el hablante intenta producir en su interlocutor en virtud del reconocimiento de su intención; así, el significado accional puede incluir una cantidad variable de significados implícitos, que los hablantes reponen en virtud del principio de cooperación (PC) que rige en las interacciones, y que se extiende en las conocidas máximas comunicativas (calidad, cantidad, relación y manera). El PC es, dicho sencillamente, un mecanismo para explicar cómo la gente accede al significado. La elaboración del concepto de implicaturas, distinguiendo las conversacionales, cuya interpretación depende del Principio de Cooperación, de las convencionales, que son definibles en términos condicional-veritativos, es uno de los aportes más decisivos de Grice al desarrollo de la pragmática.
Así, por ejemplo, en la siguiente expresión: Es una compradora compulsiva pero ahorra todo lo que puede. La implicatura convencional que conlleva el conector pero es que para toda expresión: «X pero Y»;si se da X, Y es algo inesperado. Una implicatura conversacional se presenta en el siguiente ejemplo, en el que la respuesta del interlocutor B, de manera indirecta, conduce a determinada interpretación por parte de A:
- ¿Quién se terminó la tarta?
- Tomás estuvo en la cocina.
Muchos lingüistas creen que el desarrollo más significativo de la pragmática en los últimos años ha sido la elaboración de la teoría de la relevancia por parte de Sperber y Wilson: su libro titulado Relevancia: comunicación y cognición, de 1986, presenta un nuevo paradigma para la pragmática y, algo más ambicioso aún, una nueva teoría de la comunicación.
La teoría de la relevancia aspira a explicar no solo la interpretación de expresiones individuales en contexto, sino también los efectos estilísticos, incluyendo la ironía y la metáfora (justamente, una de las afirmaciones de estos autores es que la metáfora no es algo «especial» y que su interpretación no requiere nada distinto de lo que se necesita para la interpretación ordinaria).
En contraste con las aproximaciones formales a la pragmática y las aproximaciones de la sociopragmática, la teoría de la relevancia considera que la interpretación pragmática es una cuestión psicológica que involucra cómputos inferenciales realizados por representaciones mentales, gobernados por un único principio cognitivo (el principio de relevancia). Este enfoque supone una concepción modular de la mente y sostiene la distinción entre representaciones y cómputos de orden lingüístico, por un lado, y, por otro, representaciones y cómputos no lingüísticos.
La comunicación se describe como un proceso ostensivo-inferencial, basado en los conceptos de ostensión (la señal de que el hablante tiene algo que comunicar) e inferencia (el proceso lógico por el cual el interlocutor deriva significado). Para estos autores, la comunicación ostensiva-inferencial se describe del siguiente modo: «(...) el emisor produce un estímulo que hace mutuamente manifiesto para sí mismo y para el oyente que, mediante dicho estímulo, el emisor tiene intención de hacer manifiesto o más manifiesto para el oyente un conjunto de supuestos [I>]» (Sperber y Wilson, 1994, p. 83).
La teoría prefiere la formulación «carácter manifiesto» a «conocimiento» para referir a la información procesada en el curso de la comunicación (el grado en que una suposición puede ser «manifiesta» para alguien puede ser variable). De manera similar prefiere emplear «suposiciones» a «proposiciones», dado que las suposiciones pueden variar en el grado de compromiso con la verdad.
El metalenguaje usado por la teoría de la relevancia evidencia la tendencia hacia una teoría de la comunicación más «débil», que contempla la importancia de las ambivalencias. Al mismo tiempo, Sperber y Wilson adhieren a una concepción rigurosa de la inferencia lógica para dar cuenta del aspecto inferencial de la comunicación. Los hablantes son capaces de acceder a interpretaciones adecuadas sobre los significados de las expresiones, puesto que pueden restringir el número de inferencias habilitadas gracias al principio de la relevancia. Este reza: «cada acto de comunicación ostensiva comunica la presunción de su óptima relevancia».
La presunción de la relevancia óptima de la audiencia se explica a partir de:
De estas especificaciones se sigue que la relevancia es una materia de grado. La teoría de la relevancia intenta dar cuenta de cómo los hablantes interpretan enunciados como el siguiente intercambio de pregunta-respuesta, en el que es preciso reponer información implícita:
- ¿Viene Isabel a la fiesta?
- Mañana empieza con los exámenes...
Evidentemente los hablantes emplean suposiciones contextuales para inferir la interpretación intentada por el hablante. Intuitivamente, una interpretación plausible de ese intercambio se produce a partir de las siguientes suposiciones:
- a. Isabel se pone muy nerviosa con los exámenes.
- b. Si Isabel está nerviosa con sus exámenes no va a ir a la fiesta.
Sin embargo, no hay razón que impida pensar que un interlocutor podría no acceder a las suposiciones c. y d. y, en cambio, sí derivar la siguiente conclusión:
- a. Isabel se pone muy nerviosa con los exámenes.
- c. Cuando Isabel se pone nerviosa se come las uñas.
- d. Isabel se va a estar comiendo las uñas.
Y así el interlocutor podría seguir indefinidamente agregando suposiciones y derivando distintas conclusiones (lógicamente, no hay ninguna dificultad para que esto suceda). Sin embargo, es claro que los hablantes no procedemos de ese modo y que, en general, preferiríamos la primera interpretación. ¿Por qué? De acuerdo con la teoría de la relevancia, la respuesta radica en que prestamos atención a la información que nos parece relevante; el procesamiento de información se orienta hacia la relevancia.
El principio de la relevancia, a diferencia de las máximas de Grice que pueden ser seguidas o violadas, es una generalización sobre la cognición humana que no tiene excepciones. Esto no significa que la interpretación intentada sea siempre alcanzada, es decir, el principio de relevancia no garantiza que la comunicación será exitosa; solo justifica la selección de la interpretación más accesible que un emisor racional cree que es la más óptima en términos de relevancia. Otra distinción muy relevante de la teoría concierne a la distinción entre información conceptual y procedimental (o de instrucciones).
Según Wilson y Sperber (1993), los enunciados codifican esos dos tipos de información: así, las representaciones derivadas de la codificación conceptual están formadas por conceptos y, por tanto, tienen propiedades lógicas (pueden contraer relaciones de implicación, contradicción, etc.) y tienen propiedades veritativas-condicionales. Sin embargo, la interpretación de enunciados incluye, como hemos dicho, procesos inferenciales, que utilizan como premisas representaciones conceptuales, que son combinadas entre sí o con supuestos previos. En consecuencia, una parte del significado lingüístico es la que se ocupa de indicar cómo deben combinarse las informaciones conceptuales para posibilitar la fase inferencial de la comprensión.
En esta línea se han desarrollado interesantes trabajos para explicar el funcionamiento de los conectores discursivos (en tanto elementos especializados en realizar instrucciones) como así que, por lo tanto, de modo que, entre otros (Blakemore, 1987); otro trabajo para mencionar es el de Clark (1993) sobre los «seudoimperativos»; también se ha emprendido el análisis de las palabras funcionales desde esta óptica en combinación con el modelo de principios y parámetros de Chomsky (Escandell Vidal y Leonetti, 2004).
Merece un último comentario el tratamiento del lenguaje figurativo. Según esta teoría, la clave para interpretar las expresiones figurativas radica en la noción de representación por semejanza o la semejanza interpretativa: una expresión se asemeja interpretativamente a otra en la medida en que comparte implicaciones lógicas o contextuales con ella. En el caso de las metáforas, la expresión relevante más óptima puede ser aquella que involucra una semejanza débil y la tarea del interlocutor es identificar el grado de familiaridad intentado. Las metáforas no se consideran desviaciones del hablar verdadero (como sostuvo Grice) sino una consecuencia de la búsqueda de relevancia.
Los primeros trabajos sobre cortesía en el marco de la lingüística fueron realizados por Robin Lakoff (1973), Penélope Brown y Stephen Levinson (1978) y Geoffrey Leech (1980). Lakoff propuso dos reglas pragmáticas para los intercambios: «sea claro» y «sea cortés»; esta última prescribe que el hablante debe evitar o atenuar posibles tensiones en las interacciones. La regla de la cortesía es desplegada además en subreglas de cortesía: «no se imponga», «ofrezca opciones» y «refuerce los lazos de camaradería».
El principio de la cortesía (PC) fue elaborado y formalizado en detalle por Geoffrey Leech (1983): es concebido como un complemento necesario del principio de cooperación de Grice, puesto que justamente salvaría diferentes críticas de que este había sido objeto (por ejemplo, que las máximas comunicativas no son universales, puesto que hay comunidades lingüísticas en las que no son válidas). Uno de los fines fundamentales de lo que Leech denomina sociopragmática es determinar cómo las distintas comunidades operan de diferente modo con las máximas (por ejemplo, cuando la cortesía tiene un valor superior que las máximas de cualidad o relación).
El PC significa que las personas prefieren expresar sus creencias de manera cortés y que evitan hacerlo de manera descortés (así, para formular un pedido, en español se prefiere la pregunta a la instrucción: ¿Me darías una mano? es más cortés que Dame una mano; para formular una acusación cuando no se está seguro, el padre le dice al hijo Alguien se terminó el helado, lo cual mantiene a salvo la imagen del interpelado, en caso de no haberlo hecho). Para Leech, la cortesía puede entenderse a partir de la relación costo/beneficio: cuanto mayor es el costo y menor el beneficio para el destinatario, más riesgo de realizar un acto descortés. Leech distingue entre la cortesía absoluta y la relativa, y dedica mayor atención a la primera, que estudia en términos de escalas, con polos positivos y negativos. Algunos actos ilocucionarios son en sí descorteses, como recriminar, atacar, amenazar, y otros, corteses, como felicitar, agradecer, alabar, etc. Actos de habla como informar, narrar, sostener son indiferentes a la cortesía mientras que preguntar, solicitar, pedir son potencialmente conflictivos para la cortesía.
La cortesía negativa consiste en minimizar la descortesía de las ilocuciones descorteses; la positiva, en maximizar la cortesía de las ilocuciones corteses. La cortesía relativa es aquella que se explica en términos de una norma de comportamiento cultural o lingüística que, para determinado contexto, es vista como típica. Así, en uno de los campos en que se estudia más la cortesía es en la comunicación intercultural, dado que es, sin dudas, un territorio especialmente crítico; desconocer las convenciones socioculturales que explican los mecanismos de cortesía puede llevar a malentendidos y conflictos indeseados.
Es conocido que el inglés (británico, especialmente) prefiere realizar los actos directivos —pedidos— de manera indirecta, lo cual puede hacer pensar a un hablante no nativo de inglés que los británicos son excesivamente corteses e incluso falsos; este tipo de desconocimiento de las reglas de cortesía puede tener consecuencias aún más desagradables: por ejemplo, en la comunidad coreana, en situaciones en que alguien es invitado a comer, es una norma de buena educación rechazar al menos dos veces el ofrecimiento de un plato; solo puede aceptarse luego del tercer ofrecimiento.
Otro caso conocido: el uso de formas de tratamiento de segunda persona en japonés está sujeto a rígidas convenciones sociales, que incluyen incluso una realización distinta entre hombres y mujeres y también entre grupos etarios. Sin embargo, también se han planteado críticas agudas a estos estudios, en el sentido de que no habrían prestado bastante atención al contexto lingüístico e incluso que no habrían tomado suficientemente en cuenta factores sociales e institucionales (Leech y Thomas, 1990).
En el ámbito de la lingüística de habla hispana hay varios grupos que trabajan distintos aspectos de la cortesía, la descortesía y también la «anticortesía» (por ejemplo, Klaus Zimmermann, 2005) en interacciones familiares e institucionales: el grupo Valesco de la Universidad de Valencia, el grupo EDICE (Estudios del Discurso de Cortesía en Español) de la Universidad de Estocolmo, el proyecto ECLAR (Grupo interinstitucional dedicado al análisis del español de Chile y Argentina, Universidad Nacional de La Plata y Pontificia Universidad Católica de Chile), entre otros. Trabajos detallados sobre la cortesía en español pueden encontrarse en Diana Bravo y Antonio Briz (2004), Diana Bravo (2005) y el libro de Susana Gallardo (2004).