“Cosecha roja”, de Samuel Dashiell Hammett

–¿Qué ocurre? –le pregunté. Me observó cuidadosamente antes de replicar, como si quisiera asegurarse de que sus informes caerían en buenas manos. Sus ojos eran tan grises como sus ropas, aunque de una tonalidad mucho más fuerte. –Don Wilson ha ido a sentarse sobre la mano derecha de Dios, si es que a Dios no le molesta mirar agujeros de bala. –¿Quién le mató? –inquirí. El hombre gris se rascó la nuca y contestó: –Alguien que tenía una pistola. Necesitaba informes, no chistes. Hubiera probado suerte con algún otro componente del gentío si es que la corbata roja no me hubiera interesado. –Soy forastero –le dije–. Cuénteme todo. Para eso están los forasteros. –Donald Willsson, director del Morning y Evening Herald, fue hallado en Hurrican Street hace un rato. Le mataría algún sujeto desconocido –recitó en un rápido sonsonete–. ¿Qué le parece la información? –Espléndida, gracias –extendí la mano y toque el extremo de su corbata–. ¿Quiere decir algo? ¿O le gusta el color? –Soy Bill Quint. –¡No me diga! –exclamé, tratando de recordar dónde había oído su nombre–. ¡Cristo, me alegro mucho de conocerle! Saqué del bolsillo mi estuche de tarjetas y examiné la colección de credenciales que había recogido por todo el país. La tarjeta roja era la que necesitaba. Me identificaba como Henry F. Nelly, marinero de promera clase, miembro de la Industrial Workers of the World (Unión de Trabajadores Industriales del Mundo). No había una sola palabra de verdad en ella”.