TEXTO n.º 1: “El día del arquero”, de Juan Sasturain

De pibe, uno es arquero por vocación o por descarte: “Atajo yo” o “Vos, gordo, andá al arco”. Pero predomina el descarte o el negociado ir y venir de incesantes arqueros siempre renovados: “Viejo, un gol cada uno… Ahora te toca a vos”. Es decir que la vocación pateadora es primeriza, natural, instintiva. La atajadora, no. La primera tiene que ver con la ardorosa actividad infantil, la participación directa sólo limitada por el grado de iniciativa para correr como un desaforado detrás de la pelota. La arqueridad, en cambio, se vincula a un cierto grado de madurez. El que ataja es porque ha vivido. Aunque sea un poquito.

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Nomenclaturas

La cosa empieza ya en el nombre que describe su oficio, ambiguo si los hay: arquero. ¿Arquero de qué arco? Cualquier abombado sabe que en el fútbol no hay arcos sino, cuanto mucho, marcos… Los misterios de la semántica futbolera convirtieron un rectángulo en arco, transmutaron el receptor de los envíos en sinónimo de prodigador de dardos… El arquero nace ya con esa contradicción.

Hay otros nombres, claro. Como el Dios de Abraham, yo sospecho que tras tantas denominaciones no se pretende hallar la precisa sino ocultar el verdadero, el innombrable: cuidapalos –que no guardabosques–, guardavalla, el imbécil e incontrastablemente galaico de portero, el cajetilla guardameta, el vetusto goalkeeper, el insólito golero –¿por qué, dioses del Alumni, por qué?–, más todos los circunloquios de “el número uno” que se le ocurran al relator de turno, pasando por todos los epítetos de la tribuna. Tanta variedad sólo esconde la pobreza: nadie puede abarcar la singularidad total del que empilcha distinto, la maneja con la mano y, en el fondo, ni siquiera juega al fútbol: juega de arquero.

El día del arquero. Buenos Aires, De La Flor, 1986.

TABLA n.º 1: Morala Rodríguez, José Ramón. “Variantes del español en la red”