A comienzos del siglo XIX, Alemania ofrecía a Europa el modelo de una organización institucional de la historia erudita que comprometía al Estado y a los historiadores en una unión que tenía su centro en los prestigiosos centros intelectuales de Munich, Berlín, Gotinga, Bonn y Heidelberg. Entre los historiadores universitarios de aquella generación: Mommsem, Curtius, Droysen, Gervinus y Nieburh, se destaca Leopold Von Ranke, por su imagen de historiador erudito e infatigable investigador de archivos europeos y por ser quien tendría mayor influencia en el desarrollo de la historiografía positivista en Occidente. El autor de la Historia de Alemania en la época de la reforma, de 1839, fue el responsable del sistema de seminarios como instancia de formación en la investigación para los estudiantes; fue también quien transformó la nota a pie de página en un medio que reflejaba erudición, crítica de fuentes y prueba de aquello que se afirmaba en el texto1.

Al mismo tiempo, afirmaba una historia centrada no ya en el establecimiento de leyes o causas generales que explicaran los acontecimientos y le otorgaran sentido a la historia universal "a la manera de Hegel, Bossuet o Comte", sino que pretendía establecer cómo se produjeron los hechos, fundamentalmente aquellos relativos a la historia política, diplomática y administrativa. Una historia desde y del Estado o, más ampliamente, del poder y de los hombres involucrados en él.

Para ello era preciso establecer un método científico para el tratamiento de los documentos, detrás de los cuales el historiador se constituiría en un sujeto oculto y complaciente a sus designios. Ello era así porque los documentos eran vistos como fuentes transparentes de la realidad que reflejaban y a la que, por su intermedio, era posible acceder de manera directa.

Disciplinas como la filología y la paleografía ofrecían técnicas rigurosas para el análisis crítico de las fuentes y dotaban a la historia de un modelo de objetividad científica que remedaba el utilizado por las ciencias físiconaturales. Contribuía a ese fin el privilegio otorgado a los documentos públicos por sobre los escritos privados, como las cartas personales. Mientras que se excluían otras fuentes, no escritas, como los restos arqueológicos o las imágenes.

El primer paso a recorrer por el historiador era la crítica interna de los documentos para establecer su originalidad, autenticidad, la autoridad de los firmantes, el lugar y la fecha precisa en que fueron confeccionados. Posteriormente, se realizaba la crítica interna, que consistía en el análisis del contenido y de la correcta interpretación de lo que quiso decir el autor, incluyendo una reflexión sobre sus intenciones. Para, finalmente, pasar a la etapa de síntesis o de construcción histórica que consistía en aislar y jerarquizar los hechos particulares para luego establecer las conexiones causales entre ellos.

Ese ideal de investigación científica basada en una investigación exhaustiva de fuentes documentales sería posible de realizar una vez que se hubieran recopilado todos los documentos existentes sobre un tema o un acontecimiento particular, ese era el cimiento sobre el que se elevaría el edificio de la historia. Lo que significaba que la verdad histórica, una vez establecida, no dependía de las diversas interpretaciones que los historiadores podían formular sobre un mismo documento, sino que sólo podría ser reformulada una vez que se hallara un documento hasta ese momento no considerado o que se demostraran errores cometidos en la etapa del análisis crítico de las fuentes.

Así formulaba Fustel de Coulange ese ideal científico que eliminaba los preconceptos, en la Monarquía Franca, de 1888:

"Introducir las propias ideas personales en el estudio de los textos, es el método subjetivo[...]. Pensar así es equivocarse mucho en cuanto a la naturaleza de la historia. La historia no es un arte, es ciencia pura. No consiste en contar de manera agradable o en disertar con profundidad. Consiste como todas las ciencias en comprobar los hechos, en analizarlos, en compararlos, en señalar entre ellos un lazo."2

Ese modelo de historia científica, tan equidistante de la filosofía como de la literatura como homologable a la entomología como lo quería Taine, fue estabilizado por Langlois y Siegnobos en su manual sobre las reglas del método Introduction aux études historiques, de 1898, de notable difusión en Occidente y sobre todo en América latina en el siglo XX.

1Ver Grafton, Anthony, Los orígenes trágicos de la erudición, FCE, Bs. As., 1998

2 Citado por Carbonell, Charles-Olivier, en cit., pp. 121-122.