Hacia finales del gobierno peronista se configuró un grupo renovador en la Argentina en torno a la revista Imago Mundi (1953-1955), dirigida por José Luis Romero. Historiador medievalista, Romero elaboró desde su revista un programa de historia cultural cercano a Huizinga y, en menor medida, a los primeros Annales. Sin embargo, no fue la historia cultural el eje sobre el que se organizó la renovación historiográfica que accedió a las cátedras universitarias luego de la caída de Perón en 1955.
Se ha señalado varias veces la marginalidad de esa renovación que se instaló, sobre todo, en Rosario y parcialmente en Córdoba y en la cátedra de Historia Social que tuvo a su cargo Romero en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires1. Ciertamente, habría que indicar que esa marginalidad se refiere fundamentalmente a su dificultad para acceder a las cátedras de historia argentina, que seguían dominadas por la historiografía tradicional, poco receptiva de una renovación que cultivaron, entre otros, Tulio Halperín Donghi, Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo, Nicolás Sánchez Albornoz y Reyna Pastor. Pero este era justamente un aspecto central para estos historiadores que promovían una relectura de la historia nacional desde una perspectiva científica que se nutría en un diálogo con las ciencias sociales y el contacto con las corrientes más renovadoras de la historiografía internacional. Entre estas últimas se destacaban el estructural-funcionalismo norteamericano -introducido en la Argentina por Gino Germani- y las posturas de Annales.
El problema central para estos historiadores era explicar el fenómeno peronista que, lejos de ser un episodio excepcional y acotado en el tiempo -como se había estimado durante algunos años-, se revelaba después del 55 con una enorme capacidad para mantener la adhesión de la clase obrera e, incluso, para ampliar su base política en los sectores medios, como sucedió durante los años sesenta. La clave para explicar el peronismo la encontrarán en el conflicto nunca resuelto entre lo tradicional y lo moderno, tesis desarrollada por Gino Germani, así como en las contradicciones propias del período de la gran expansión de la economía argentina, entre 1880 y 1930, pleno de oportunidades no aprovechadas para generar las condiciones para un desarrollo menos dependiente de las potencias europeas y para el fortalecimiento de las instituciones liberal democráticas2.
Estos problemas van a ser reformulados hacia fines de los años 60 y en la década del 70, en un nuevo clima político e institucional, pero se mantuvo presente la necesidad de dar respuestas a las condiciones de inestabilidad política y económica que sembraban de incertidumbres el futuro del país. Por ello la historia política, lejos de ser abandonada, se renovó para poder explicar una crisis que encontraba en este registro de la vida social una de sus razones centrales3.
Como puede verse, no sólo los problemas centrales que preocupaban a los historiadores argentinos contrastaban notoriamente con los que preocupaban a sus pares europeos, sino que, además, las condiciones en las que se desarrollaba el proyecto renovador eran sumamente endebles ya que estaban siempre amenazadas por la escasa autonomía de que gozaban las universidades con respecto al poder y a las coyunturas políticas, que distaban de ser tranquilas.
El golpe de 1966, que atacó directamente a las universidades, fue sólo un anticipo de lo que sucedería más adelante: la intervención del gobierno de Isabel Perón con la misión Ivanissevich, las persecuciones de la Triple A y la dictadura militar implantada en 1976. Algunos investigadores se asentaron en esos años en universidades extranjeras y otros siguieron actuando en instituciones privadas. Recién a partir de 1983, el proyecto renovador, ahora sobre nuevas bases, lograría fortalecerse en el campo académico.
Mientras tanto, la historiografía tradicional anclada en los principios interpretativos y metodológicos que habían estabilizado los historiadores de la Nueva Escuela Histórica a comienzos del siglo, gozó de una estabilidad que no fue prácticamente alterada por los cambios políticos.
En cuanto al revisionismo histórico, tendría en los años posperonistas su etapa de mayor expansión. En gran parte, ello se debe a la apropiación de la interpretación revisionista por parte de un peronismo, que hallaba en el revisionismo rosista una explicación y un antecedente de su propia proscripción. En parte, también, porque el propio revisionismo se renovó, al menos en términos interpretativos, a través de una vertiente de la denominada izquierda nacional representada, entre otros, por Jorge Abelardo Ramos. La clave de este nuevo revisionismo histórico era la recuperación de los caudillos provinciales como figuras alternativas no sólo de Mitre y del panteón liberal, sino también del propio Juan Manuel de Rosas, al que también identificaban como defensor de los intereses de la burguesía mercantil porteña4.
En cuanto al marxismo, su influencia en la historia argentina va a tener dos caminos. Por una parte, el proyecto político e intelectual encabezado por un grupo de jóvenes -como José Aricó o Juan Carlos Portantiero- que habían estado vinculados al Partido Comunista hasta que fueron expulsados cuando iniciaron la publicación de la revista Pasado y Presente. Portantiero, junto a Miguel Murmis, utilizó las categorías del marxista italiano Antonio Gramsci para definir la crisis del 30 como una crisis de hegemonía y para explicar el proceso de industrialización sustitutiva de esos años como el resultado de una alianza entre fracciones de la clase dominante: los ganaderos invernadores orientados a la exportación y los industriales5.
Por otra parte, un marxismo más académico retomó los debates sobre la transición del feudalismo al capitalismo y la noción de formación económico social para superar el debate que habían protagonizado Rodolfo Puigross y André Gunder Frank respecto de la definición de América latina como una economía dual o una plenamente capitalista6.
1 Devoto, F.(comp.): La historiografía argentina en el siglo XX [tomo II], Bs.As., CEAL, 1994; HALPERIN DONGHI, T.: "Un cuarto de siglo de historiografía argentina (1960-1985)", en Desarrollo Económico, Bs.As., vol. 25, núm. 100, enero-marzo 1986.
2VV.AA., Argentina, sociedad de masas, Bs. As., Eudeba, 1965.
3 Un ejemplo, en Halperín Donghi, T., Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la argentina criolla, Bs. As., Siglo XXI, 1972.
4VV. AA., El revisionismo histórico socialista, Bs. As., Octubre, 1974.
5 Arico, J., "Los gramscianos argentinos", en Punto de Vista, Bs. As., núm. 29, abril-julio 1987.
6Chiaramonte, J., Formas de sociedad y economía en Hispanoamérica, México, Grijalbo, 1983 y El mito de los orígenes en la historiografía latinoamericana, Bs. As., Instituto Ravignani, 1991; Laclau, E., "Feudalismo y capitalismo en América Latina", en VV. AA., Modos de producción en América Latina, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1984 [1a. ed.: 1973]