El poblamiento de América

Para el siglo XVI eran muchos los que se interesaban y opinaban sobre el poblamiento de América. Entre ellos había religiosos, viajeros, funcionarios, militares e incluso los mismos indígenas. Quienes se interesaban en el origen de los pueblos nativos americanos y sobre su historia, se preguntaban sobre cómo arribaron las primeras poblaciones humanas, de dónde vinieron y, especialmente, cuándo y por qué medios lo hicieron. Así se propusieron algunas hipótesis como que eran fenicios o descendientes de las tribus perdidas de Israel que llegaron navegando, que estaban relacionados con la Atlántida, o con los chinos y muchas otras propuestas -ahora- tan fantásticas como estas. Entre todos esos cronistas, hubo uno que en el año 1590 propuso una teoría muy parecida a la que sostienen los científicos desde fines del siglo XIX. Este era un jesuita llamado José De Acosta, quien en aquel momento supuso que los primeros habitantes de nuestro continente vinieron del norte de Asia y “...lo hicieron no tanto navegando por mar, como caminando por tierra; y ese camino lo hicieron muy sin pensar, mudando sitios y tierras poco a poco...” (De Acosta 1894:96-97). De Acosta creía que ese recorrido lo habrían hecho por algún lugar aún desconocido en aquella época, el cual se encontraría muy al norte de América y cerca de Asia. También suponía que esos hombres habían sido cazadores que, persiguiendo animales, “...hayan penetrado, y poblado poco a poco aquel nuevo mundo...” (De Acosta 1894:422), y no con la intención de conquistar o en busca de alguna tierra prometida. Ese lugar -muy al norte-, desconocido en su tiempo para De Acosta, era el extremo este de Siberia en Asia y la actual Alaska en América del Norte; tierras que recién fueron descubiertas para occidente en 1728 por el navegante dinamarqués Vitus Bering. Hoy esos territorios están separados por un brazo de mar muy estrecho llamado Bering en honor de su descubridor para occidente. Durante gran parte del Pleistoceno ese estrecho no existió porque el agua estaba congelada en la tierra y sobre el agua, formando inmensas masas de hielos, los glaciares. Esto determinó que, al tener los océanos del mundo menos agua líquida, el nivel de costa era más bajo que en la actualidad y las tierras que el mar no ocupaba se podían habitar. Al territorio que quedó libre de agua entre el oriente de Siberia, por un lado, y Alaska y el oeste del territorio canadiense de Yukon por el otro, junto con las tierras emergidas que las rodean, se lo denomina Beringia. Por Beringia se podía “pasar caminando” de Asia a América, en otras palabras, el desplazamiento de las poblaciones humanas pudo haber sido por vía terrestre. Esto es lo que, en algún momento, habrían hecho algunos, quizás persiguiendo animales, quizás caminando y navegando por la costa. Más tarde fueron internándose en el inmenso continente americano, hasta poblarlo totalmente.
La discusión en la ciencia
A fines del siglo XIX y principios del XX, distintos investigadores norteamericanos publicaron numerosos trabajos con ideas muy parecidas a la de De Acosta. Algo similar se sostiene en la actualidad pero la diferencia está en el rango temporal, es decir en el consenso en cuándo podría darse la dispersión humana en América. Tanto De Acosta como Hrdlièka (1929) y la mayoría de sus colegas estimaban que los primeros grupos habrían ingresado a nuestro continente no más de 2 o 3.000 años antes de la conquista por parte de los europeos, e incluso más tarde. Como veremos más adelante, actualmente no se piensa en menos de 12.000 años. Para la década de 1930, investigadores difusionistas como Paul Rivet (1930, 1943) y José Imbelloni (1938) entre otros, propusieron varias rutas diferentes de ingreso temprano al continente y varias oleadas migratorias. Por ejemplo, se propusieron rutas transpacíficas e incluso a través de la Antártida. Para estos autores, ya no era importante Beringia, sino que era una ruta más de las usadas por las diferentes oleadas migratorias. Cada una de esas oleadas migratorias representaba la llegada y la difusión de una población biológica –es decir una “raza”– distinta, cada una con su lenguaje y sus “rasgos” culturales. Cada una de ellas ocupó una región similar a la de las poblaciones históricas que se le parecían y con las que podían relacionarlas. Esto es muy interesante pues casi no había a principios del siglo XX información sobre las características físicas de los primeros americanos y menos aún sobre sus lenguajes. Paradójicamente, esta postura sigue manteniéndose casi sin cambios en la actualidad (ej. Ibarra Graso 1993). Finalmente, terminó imponiéndose la postura que consideraba a Beringia como única ruta temprana que podía ser aceptada. Hasta que hace unos años se propuso que grupos solutrenses del oeste europeo llegaron a las costas de Norteamérica antes de los 16.000 años AP en que se extinguieron en Europa (Stanford 1991).

Peláez, Pablo. “El poblamiento de América”. “Fichas de la Cátedra Fundamentos de Prehistoria”. Buenos Aires, OPFYL (UBA), 2001.