Por qué hablamos de consumo responsable
El «milagro» del actual consumo de los países desarrollados responde
a comportamientos depredadores, con la utilización por parte de muy
pocas generaciones, en muy pocos países, de tantos recursos como los
usados por el resto de la humanidad presente y pasada a lo largo de toda
la historia y prehistoria… y eso no puede continuar. Hay que poner fin a
la presión, guiada por la búsqueda de beneficios particulares a corto
plazo. Para estimular el consumo: una publicidad agresiva se dedica a
crear necesidades o a estimular modas efímeras, reduciendo la
durabilidad de los productos y promocionando productos de alto impacto
ecológico por su elevado consumo energético o efectos contaminantes.
Pero no se trata, claro está, de demonizar todo consumo sin
matizaciones. Como ha señalado la Premio Nobel sudafricana Nadine
Gordimer: «El consumo es necesario para el desarrollo humano cuando
amplía la capacidad de la gente y mejora su vida, sin
menoscabo de la vida de los demás».
Hablar de consumo responsable es plantear el problema del
hiperconsumo de las sociedades «desarrolladas» y de los grupos poderosos
de cualquier sociedad, que sigue creciendo como si las capacidades de la
Tierra fueran infinitas (Daly, 1997; Brown y Mitchell, 1998; Folch,
1998; García, 1999). Baste señalar que los 20 países más ricos del mundo
han consumido en este siglo más naturaleza, es decir, más materia prima
y recursos energéticos no renovables, que toda la humanidad a lo largo
de su historia y prehistoria (Vilches y Gil, 2003). Como
se señaló en la Cumbre de Johannesburgo, en 2002: «El 15% de la
población mundial que vive en los países de altos ingresos es
responsable del 56% del consumo total del mundo, mientras que el 40% más
pobre, en los países de bajos ingresos, es responsable solamente del 11%
del consumo». Y mientras el consumo del «Norte» sigue creciendo, «el
consumo del hogar africano medio –se añade en el mismo informe– es un
20% inferior al de hace 25 años». […] El informe de la
Royal Society, del año 2000, «Hacia un consumo sostenible» señaló, entre
otras cosas, que las actuales tendencias del consumo son insostenibles y
que existe la necesidad de contener y reducir dicho consumo, empezando
por los países ricos, por lo que se requiere introducir profundos
cambios en los estilos de vida de la mayor parte de los países de mayor
desarrollo (Sen, 2007, p. 58). Del mismo modo se afirmaba que: «Para
preservar el bienestar humano en el largo plazo, la gente necesita
moverse hacia nuevas formas de satisfacer las necesidades humanas,
adoptar patrones de consumo y producción que mantengan los sistemas de
soporte de vida de la Tierra y salvaguardar los recursos requeridos por
futuras generaciones. Pero si las tendencias presentes en el crecimiento
de población, consumo de energía y materiales, y degradación ambiental
persisten, muchas necesidades humanas no serán satisfechas y el número
de hambrientos y pobres aumentará». […] Por otra parte, la
suposición de que los problemas de la humanidad se resolverían
únicamente con menos consumo de ese 20% que viven en los países
desarrollados (o que forma parte de las minorías ricas que hay en
cualquier país) es demasiado simplista. Naturalmente que ciertos
consumos, como ya hemos señalado, deben reducirse, pero son más las
cosas a las que no podemos ni debemos renunciar y que deben
universalizarse: educación, vivienda y nutrición adecuada, cultura…
[…] En conclusión, es preciso evitar el consumo de productos que
dañan al medio ambiente por su alto impacto ambiental; es preciso
ejercer un consumo más responsable, más basado en los productos locales
–como preconizan, por ejemplo, el «Local Food Movement» o el movimiento
«slow»–, en la agricultura agroecológica, etcétera. Un consumo alejado
de la publicidad agresiva que nos empuja a adquirir productos inútiles o
exóticos y que a menudo se visten engañosamente de verde (incurriendo en
lo que se ha denominado «Greenwashing»). Es preciso, además, ajustar ese
consumo a las reglas del comercio justo, que implica producir y comprar
productos con garantía de que han sido obtenidos con procedimientos
sostenibles, respetuosos con el medio y con las personas...
Fuente: «Década
por una Educación para la Sostenibilidad»,
Organización de Estados Iberoamericanos, 2010.