La historiografía de la posguerra puede subdividirse en dos etapas con sus condiciones específicas de acuerdo con las peculiaridades de cada configuración nacional. La primera se halla vinculada a la reinstalación de las democracias liberales en Europa y al proceso de reconstrucción económica impulsado por el Plan Marshall, que promovió la expansión de su economía y un proceso de movilidad social ascendente, a fines de la década de 1950. La segunda, por el proceso de revolución cultural que afectó a Occidente y que tuvo su epicentro en las jornadas del "Mayo francés" de 1968. Referencia de una época de conflictividad social que incluyó acontecimientos como la revolución cultural china, iniciada en 1966; la matanza de estudiantes mexicanos en 1968 y, el mismo año, la llamada "primavera de Praga"; el nacimiento de los movimientos insurgentes en América latina y un conjunto de movimientos contraculturales que suponían una crítica a la sociedad burguesa a escala mundial.

Si en la primera de esas etapas predominó la historia económica con sus métodos de análisis cuantitativos, la segunda se caracterizó por un giro hacia la historia cultural y la utilización de registros de análisis de tipo cualitativo.

Ambas etapas se hallaron atravesadas al mismo tiempo por procesos más específicos. Por un lado, la crisis de la Europa imperial que se puso de manifiesto en los movimientos de descolonización surgidos en Oriente, Indochina y el norte de África, entre los que habría que incluir la revolución cubana. Hechos que revelaron ante los europeos y el mundo las miserias de las políticas coloniales y el surgimiento de nuevos actores y espacios sociales que amenazaban los presupuestos de una historiografía predominantemente eurocéntrica.

Por otro lado, la crisis que provocó en el marxismo y los partidos comunistas occidentales la desilusión que siguió a la breve apertura soviética, cuando se produjo la invasión de las tropas de la URSS a Hungría (1956) y a Praga (1968). Todos estos hechos legitimarían la actitud de historiadores ligados al Partido Comunista, ahora dispuestos a romper con la ortodoxia del marxismo estalinista.

Al mismo tiempo, es un período caracterizado por el crecimiento de los recursos brindados por el Estado a los historiadores, a lo que se suma la inversión en investigaciones por parte de fundaciones ligadas a empresas privadas, el aumento de las cátedras, el crecimiento de la matrícula estudiantil y del público interesado en la historia, abastecido por libros y revistas especializadas. Esta expansión fue acompañada por una diversificación de áreas de estudios que se refleja en el surgimiento de nuevas subdisciplinas, con sus propias preguntas, objetos y métodos.

En estas condiciones, los historiadores lograron superar con éxito la renovada crítica de los epistemólogos contra el status científico de la historiografía. Nos referimos a los trabajos de K. Popper, La miseria del historicismo (1944-1945); C. Hempel, La función de las leyes generales en la historia (1942); Ch. Frankel, Explicación e interpretación en historia (1957); A. Donogan, La explicación en historia (1967). Una razón del limitado impacto de estos debates se halla en el escaso interés demostrado por los historiadores por las polémicas epistemológicas y, en general, por las filosofías de la historia. Por ejemplo, la noción de Bloch de la historia como ciencia de los hombres a través del tiempo podía convivir con la de Febvre, que la definía como un estudio científicamente elaborado, sin provocar diferencias sustantivas entre ellos.

Por otra parte, los viejos y nuevos debates entre quienes entendían que la historia podía explicar el pasado y quienes se inclinaban a la comprensión, entre quienes definían la historia como ciencia de lo particular y quienes creían que se podía generalizar y formular leyes, entre quienes aspiraban a un monismo metodológico y quienes sostenían el dualismo metodológico, entre otras polémicas que incluyeron la ubicación de la historia en las ramas literarias definiéndola como un saber precientífico o como una pseudo ciencia, no contaron con la participación de historiadores salvo en casos aislados. Quienes participaban de estos debates reflexionaban en un nivel de generalización en el que difícilmente los historiadores podían reconocerse o, simplemente, los historiadores no estaban dispuestos a prestar atención a las críticas que ponían en duda el carácter científico de sus estudios1.

Italia fue escasamente receptiva de estos debates. En parte, porque todavía en la posguerra era fuerte la tradición del idealismo croceano en la filosofía de la península. También porque predominaba allí una historiografía política que a pesar de haber recibido a Annales, sobre todo después del Congreso Internacional de Ciencias Históricas de Roma en 1955, no había asumido plenamente los presupuestos de la historia social2.
Algo similar sucede en Francia que, sin embargo, sí contó con historiadores dispuestos a discutir con críticos estructuralistas del campo francés como Claude Levi-Strauss y Michel Foucault3. En cambio, parcialmente más receptivos fueron los historiadores anglosajones, como lo demuestra el libro de I. Berlin Lo inevitable en la historia (1954), y el surgimiento de publicaciones que tendieron a construir puentes entre la filosofía y la historia: History and Theory, Journal of the History of Ideas y Philosophy and Science.

Finalmente, es necesario considerar que en los años en que comenzaban a arreciar estos debates, los historiadores encontraban en las ciencias sociales y sobre todo en la prestigiosa ciencia económica una nueva fuente de legitimidad científica.

1Para un análisis de la recepción de estos debates: Cattaruzza, Alejandro, "Historiadores y epistemólogos ¿un diálogo posible?", ponencia en las IIIras. Jornadas Interescuelas de historia, Bs. As., 1991, Mimeo; Cornblit, Oscar, "Debates clásicos u actuales sobre la historia" en Cornblit, O.(comp.), Dilemas del conocimiento histórico: argumentaciones y controversias, Bs. As., Sudamericana,

1992.

2Gallerano, Nicolás, "¿El fin del caso italiano? La historia política entre politización y ciencia", en Cuadernos de teoría e historia de la historiografía, 10, Bs. As., s/f. [1ra. Ed. 1987]

3Ver: VV.AA, Estructuralismo e historia, Bs. As., Nueva Visión, 1972; Pierre Vilar, "Las palabras y las cosas en el pensamiento económico" (1967) en VV.AA, La historia hoy, Barcelona, Avance, 1976; VV.AA, Las estructuras y los hombres, Barcelona, Ariel, 1969; VV.AA, La imposible prisión. Debate con M. Foucault, Barcelona, Anagrama, 1982 (reúne artículos publicados entre 1976 y 1978).