Los saberes disciplinares tal como se habían organizado a fines del siglo XIX aparecían como ineficaces para pensar lo social; era necesaria una firme integración de la historia a las ciencias sociales como lo habían proclamado en su momento Bloch y Febvre. Ya en esos años, sobre todo a partir de la crisis del 29, la economía había ganado peso en el campo de las ciencias sociales y el título de los Annales. Economía y sociedad así lo reflejaba. Pero sobre todo fueron los historiadores económicos de la New Economic History -Meyer, Fogel, Davis y North-, junto a los analistas de los ciclos económicos -Leontief, Rostow, Marczewski-, quienes tuvieron mayor influencia en la historia cuantitativa que permitía construir modelos cuantificables en la larga duración. Mediante el uso de técnicas econométricas, estadísticas y la moderna demografía histórica era posible reconstruir series de precios, movimientos de población, producción, circulación de mercancías, etcétera.
También mediante el uso de hipótesis contrafácticas, que en su momento los historiadores habían cuestionado, como las formula Robert W. Fogel en Los ferrocarriles y el crecimiento económico de los Estados Unidos (1964), obra en la que trata de demostrar que aunque los ferrocarriles no se hubieran inventado, igualmente el Estado del norte se hubiese desarrollado gracias a la existencia de otras vías de comunicación, como las fluviales.
La importancia de las variables económicas apareció reflejada en la obra maestra de la segunda generación de los Annales, escrita por su figura rectora: Fernand Braudel. En El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1947) refleja tres momentos de la historiografía francesa en el largo proceso en que fue escrito, entre 1923-1947. Al mismo tiempo, dichos momentos refieren a las tres imágenes sobre el mundo mediterráneo que componen la obra: la de sus constantes, la de sus tardos movimientos y la de su historia tradicional atenta a los acontecimientos y a los hombres. Descomponiendo así, sin integrar plenamente, el tiempo histórico en fenómenos de corta duración (historia política y diplomática), de mediana duración (que se corresponde con los procesos económicos y sociales) y de larga duración (que hace referencia a las relaciones del hombre con el medio geográfico).
El prestigio de Braudel creció en estos años junto con el de Annales: su obra fue recibida con entusiasmo en Polonia, Italia, España, América Latina y, en menor medida, en el mundo anglosajón. Discípulo de Febvre, lo sucedió tras su muerte en 1956 en la dirección de la revista, que pasó a denominarse Annales. Économies, sociétés, civilisations. Mientras los historiadores identificados con ella pasaban a ocupar el centro del campo historiográfico francés, con cátedras en la Sorbona (Université Paris 1) (Université Paris 4) y el Collège de France, a las que se sumó la fundación de la VI sección de la École Practique de Hautes Études, convertida luego en École de Hautes Études en Sciences Sociales.
En este contexto institucional, fue Ernest Labrousse, discípulo de Simiand, el que orientó los estudios en historia económica y social en una matriz cercana a la que había recomendado su maestro, y que tanto Bloch como Febvre se habían resistido a adoptar. Ello implicaba privilegiar la historia regional sobre la dimensión nacional, y la búsqueda de nuevas fuentes de las cuales extraer datos cuantificables que pudieran ordenarse en series. A partir de ellas se podría atender a variables tales como: salarios, precios, flujos comerciales, etc., observadas en la larga duración y analizadas con relación a una estructura invariable respecto de la cual las crisis coyunturales son una referencia.
La críes de l'économie française (1966), escrita por Labrousse durante la ocupación alemana, la monumental obra de P. Chaunu, Séville et l'atlantique (1955-60) en 12 volúmenes, y Les paysan de Languedoc (1966), de Emanuel Le Roy Ladurie, son algunas de las obras más emblemáticas de las orientaciones historiográficas inspiradas por la segunda generación de Annales.
Entre fines de la década del 60 y comienzos de los 70 se va a producir un nuevo giro en la revista, esta vez comandado por la generación que se formó en la posguerra junto a Braudel y Labrousse: G. Duby, F. Furet, P. Nora, M. Aghulon, J. Le Goff, E. Le Roy Ladurie y Marc Ferro. Estos tres últimos asumieron la dirección de la revista. Sin abandonar plenamente el análisis cuantitativo, se van a abocar a los problemas culturales y la historia de las mentalidades, retomando el camino de Bloch y Febvre. Asimismo, inician un diálogo con la antropología por la vía de Levi-Strauss y Cliford Geertz y valoran la obra inclasificable de Foucault junto a la de un historiador ajeno a los medios académicos, Philippe Ariés, que en 1960 había publicado La infancia y la vida en el antiguo régimen.
Un muestrario de la diversidad de temas, problemas, métodos y enfoques que caracterizan esta nueva historia lo ofrecen los tres volúmenes que conforman la obra dirigida por Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la Historia (1974) y el libro que coordinan el propio Le Goff junto a Revel y Chartier, La Nouvelle histoire (1978). Multitud de campos de estudios que contrastan con el programa más orgánico que habían esbozado Labrousse y Braudel: las mentalidades, el imaginario colectivo, las actitudes frente a la vida y la muerte, la brujería, el cuerpo y la enfermedad, la sociabilidad. Pero además retornos: la historia política, el acontecimiento, lo singular. Esta diversidad promovió, sino un abandono, sí un desplazamiento, no siempre explicitado, del proyecto de elaborar una historia total, lo que llevó a F. Dossé a definirla, de un modo excesivo, como historia en migajas.
Paralelamente, en Italia se estaba produciendo el nacimiento de la microhistoria, cuyas influencias y los debates que provoca siguen teniendo peso hasta nuestros días1. Surge de un grupo reducido de historiadores que se habían integrado a la revista Quaderni Storici, fundada en 1966: Eduardo Grendi, Carlo Poni, Giovani Levi y Carlo Ginzburg.
Precisamente Guinzburg logra con el El queso y los gusanos (1976) un producto renovador tanto de la historia social como de la historia cultural, además de ser un ejemplo de los aportes que el diálogo con la antropología podía ofrecer a la historia. Fundamentalmente cuando se adentraba en los problemas de la cultura popular. Así, el método de la reducción de escalas permitía atender a las historias individuales, las subjetividades y las prácticas culturales, reconstruir redes de relaciones sociales concretas, cuestionar los métodos macrohistóricos y volver a redefinir la relación entre lo singular y lo general.
1Aguirre Rojas, C., Contribución a la historia de la microhistoria italiana, Rosario, Prohistoria ed., 2003; Serna, Justo y A. Pons, Cómo se escribe la microhistoria, Valencia, Frónesis, 2000; AA.VV, dossier "La microhistoria en la encrucijada", Prohistoria, N° 3, Rosario, 1999.